Anoche preparábamos los Reyes con la agridulce sensación de que probablemente sea el último año en que perviva la ilusión en Martín, puesto que entre los niños de su edad ya se propaga lo inevitable. Este año, todo lo que había pedido Martín sumaba un valor de 3,5 euros. Eran unos muñecos pequeños y mal hechos, y le animé a que se quitara eso de la cabeza. Menos mal que mi hijo es más sabio que yo y me dijo que a él le parecían de factura correcta y de tamaño idóneo para llevarlos de aquí a allá. No obstante, le di tres catálogos de juguetes para que completara la carta y tras explorarlos me los entregó diciendo que no quería nada más. Le insistí y al final, para callarme, me dijo que bueno, que algo sorpresa que quisieran los Reyes.
Contrariado, le conté todo a mi marido, y decidimos que precisamente por su falta de ambición le premiaríamos pidiéndole a los Reyes el videojuego que desde hace años tienen casi todos sus compañeros y que jamás nos ha pedido.
Es cierto que esta mañana, al abrirlo, le ha dado mucha alegría, porque podrá jugar en línea con sus amigos (y a nosotros eso nos alivia por si se diera un segundo confinamiento), pero Martín aún nos guardaba una lección, que recordaremos siempre de esta aventura llamada Reyes Magos: la mayor ilusión ha sido descubrir que unas manualidades que había hecho representando a los Reyes habían sido movidas por Sus Majestades. “¿Y sabes lo que eso significa, papá?” “Significa que ellos lo han tocado y entonces podemos oler el olor de los Reyes”. Ha inhalado cada figura profundamente y con satisfacción ha identificado -o creído identificar- distintos aromas en cada una. Esa cara. Esos ojos. Esa ilusión. Esa y no otra es la magia de la infancia. ¿Cuándo cai en la trampa hegemónica de asociar dinero y felicidad? 3 euros y medio y el olor de los Reyes: no hacía falta más, por mucho que me empeñe. Qué pureza y nobleza ha existido siempre en la infancia de Martín. Qué esencia tan extremadamente bella. Martín crecerá, pero este niño me habrá marcado para siempre porque en él he visto lo mejor del ser humano.
