Capítulo 97: Once upon a time…

Estándar

Esta noche Martín se ha ido a la cama más nervioso de lo que lo ha estado esta semana, que ya es decir. Y es que mañana es su cumpleaños. Cumple la edad de su personaje favorito en su primer libro: Harry Potter. Y es una edad con nombre de otro de sus personajes: Once (protagonista de Stranger Things). Se siente muy especial por ello. «Papá, nos hacemos mayores», me dice. Y yo lo miro con fingida censura: «si tú eres mayor, ¿yo qué soy?» Se ríe sin parar. «No digas nada que empiece por uve, ¿eh?», le advierto. «No, es por la a… de abuelo. Esa es una palabra bonita», me desarma. Ya es capaz de cogerme las vueltas y hacerme reír con cierto ingenio.

Se me hace mayor. Desde hace medio mes tiene novia, la primera. Y fue ella la que se lo pidió. «Yo la he aceptado», dice para indicar que estaba de acuerdo y le dio el sí.

También se ha hecho jugador de fútbol y forofo del Betis. Quise tener el placer de llevarlo a su primer partido en el campo y no pude disfrutar más de su disfrute (tuvimos además la rara suerte de que el Betis hiciera un partidazo y ganara).

Hace amagos de poner en duda nuestras palabras o querer negociar nuestras decisiones. Se queda en amagos, de momento.

Novia, pasiones futboleras y pequeños desafíos. Y es que, en definitiva, la preadolescencia no está aquí aún, pero se acerca. Y él está deseándola. Pero aún tiene la inocencia de pensar que le va a entrar mañana de repente, que se va a levantar distinto.

Llevo todo el día preparando su cumpleaños. Vienen amigos de distinta procedencia y hay que hacer juegos para que se conozcan. Estoy tan cansado que incluso acabo de apagar San Remo para ir a descansar. Pero quiero que mañana el día sea inolvidable para él, aunque compruebe que no crece tanto como cree. O quizá el que se engaña soy yo y sí que lo hace.

dav

Capítulo 96: Dedicado a mi hijo

Estándar

Hace ahora justo diez años, a esta misma hora, estaba intentando dormir antes de conocer a mi hijo a la mañana siguiente. Ya había comenzado este blog y verbalizado mis emociones, mis expectativas. ¡Qué corto me quedé! ¡Que maravillosos han sido estos diez años conociendo a Martín! ¡Cuánto nos ha enseñado de la vida y de cómo afrontarla! Es increíble que haya pasado tanto tiempo: al parecer iba en serio eso de que la vida pasa volando.

Hace diez años no sabía que ser padre me haría conocer el amor más grande del mundo. Lo intuía, pero es imposible acercarse a este sentimiento sin experimentarlo. Martín me mira a los ojos y sé lo que piensa, lo que siente y lo mucho que me quiere. Y él sabe que lo quiero por encima de toda la existencia. Le ha dado la vuelta a mi vida. Sé que hay muchas inquietudes que alimentar, muchas aficiones, muchos proyectos en los que merecería la pena embarcarse, muchos quehaceres en los que emplear el tiempo, pero no me arrepiento en absoluto de haberlo dejado todo de lado por hacer de Martín el centro de mi mundo (con su papi también orbitando alrededor, claro). Las dificultades han sido muchísimas, no vamos a mentir.

No me gusta hablar de «sacrificios», pues prefiero llamarlo «dedicación», pero mucha gente se empeña en reseñar lo mucho que nos hemos «sacrificado». Uno se dedica a lo que quiere, y eso no significa que «sacrifique» otras cosas, sino que la vida te hace priorizar unas actividades sobre otras. Y aunque pueda parecer, por ejemplo, que llevar durante años al logopeda a mi hijo fuera un sacrificio, pues me impedía ver a amigos, o ir al cine o al teatro, o al gimnasio o a rascarme la barriga, en realidad no lo era, pues era una dedicación. Dedicación voluntaria a mi hijo, que gracias a esa logopedia hoy habla con desparpajo de lo que quiere y me dice lo mucho que nos quiere a su papá y su papi. Sacrifica quien pierde algo para alcanzar otra cosa, pero yo con Martín he alcanzado lo más alto a lo que se puede aspirar en la vida: el amor puro e incondicional que siento por él. ¿Que para eso he tenido que renunciar a otras cosas? Por supuesto. Y volvería a hacerlo. En estos diez años hemos tejido una vida juntos los tres de la que nos sentimos orgullosos. Todo ha sido ganancia.

Capítulo 95: el prepreadolescente

Estándar

Martín y yo ya estamos de vacaciones. Pasamos todo el día juntos y ya noto cómo busca su espacio: convivimos mucho en el salón, pero lo va alternando con largos ratos en su cuarto, con la puerta entrecerrada -él pensará que la tiene entreabierta-. Y es que Martín lleva ya medio año diciendo que es un preadolescente. Qué va. Aún no lo es. Pero quiere serlo: no para de preguntar cuándo podrá hacer tal o cual cosa, o cuando le permitiremos hacer esto o aquello, poniendo edad a cada conquista. «¿Cuándo me vais a dejar tener móvil?», «¿con once años podré ir solo al cole?», «cuando tenga catorce años, ¿me dejaréis ir a comer con mis amigos al centro comercial?». Yo siempre le digo que cada cosa llegará a su momento, y que eso no depende de un número alcanzado, sino de cómo vaya creciendo él. Se calla y yo sé que no le gusta mi respuesta, porque él quiere una fecha clara y precisa para cada cosa, para poder contar los días que le faltan para alcanzar metas.

Hace unos meses le salió un granito en la cara y lo celebró con máxima alegría. Al salir a la calle lo exhibía. Para él era la apertura de la adolescencia. Aunque el granito no era de pubertad, a mí me ha servido para darme cuenta de que si no es ahora, va a ser pronto, en dos años como mucho, y me ha inquietado la certeza de que dentro de poco ya no tendré un niño. Se lo he dicho a él, y él se ríe. Pero a mí me invade la pena, para qué negarlo.

Sé que este niño que hay en él seguirá siempre vivo dentro de él, pero hoy lo abrazo con más fuerza, con la fuerza con la que se aprieta un puñado de arena que se escapa. Por eso me encantan las vacaciones: porque puedo pasar todo el día con él -menos los ratos que pasa en su cuarto y tengo que respetar- y disfrutar de su sonrisa pícara, de sus observaciones curiosas, de sus reflexiones inocentes y de laaaargas disertaciones sobre Stranger Things, Harry Potter o los youtubbers del momento. No lo puedo querer más.

Capítulo 94: dulzura sin azúcares añadidos

Estándar

A Martín nunca le ha gustado el sabor dulce. Nunca ha comido un caramelo, ni una gominola, ni un helado. Todo el mundo se extraña de esto. Cuando en las tiendas o restaurantes tratan de ser amables con él regalándole una piruleta, él ha aprendido que debe dar las gracias y cogerla, porque ya estábamos cansados de dar explicaciones para rechazarla. Más tarde se la come su papi, y todos contentos. Si al dulce le añadimos frío, lo hacemos doblemente repudiable: en cierta ocasión pidió una granizada porque amigos suyos la habían pedido. Al sorber un poco, se la devolvió a la heladera diciendo: «¿No la tiene caliente?», lo que lógicamente nos provocó hilaridad.

Con nuestra perseverancia, y a duras penas, hemos conseguido que Martín tome algunos alimentos con azúcar, que podemos contar con los dedos de una mano: unas galletas concretas, cacao soluble, natillas y arroz con leche.

Yo he tenido siempre mi propia teoría respecto a esto: Cuando era bebé, rechazó las primeras tomas de fruta, que es con lo que los niños se familiarizan con el sabor dulce, y la nutricionista nos dijo que no se la diéramos, porque además era llenarle el estómago con algo que no tenía apenas calorías, perdiendo una ocasión de darle un mayor aporte, dada su desnutrición. Bueno, pues cada vez pienso más que estaba equivocado: Martín no soporta ese sabor porque ya tiene azúcares naturalmente presentes; porque está colmado de dulzura y su organismo no asimila más. El cuerpo es sabio.

Capítulo 93: El olor de los Reyes

Estándar

Anoche preparábamos los Reyes con la agridulce sensación de que probablemente sea el último año en que perviva la ilusión en Martín, puesto que entre los niños de su edad ya se propaga lo inevitable. Este año, todo lo que había pedido Martín sumaba un valor de 3,5 euros. Eran unos muñecos pequeños y mal hechos, y le animé a que se quitara eso de la cabeza. Menos mal que mi hijo es más sabio que yo y me dijo que a él le parecían de factura correcta y de tamaño idóneo para llevarlos de aquí a allá. No obstante, le di tres catálogos de juguetes para que completara la carta y tras explorarlos me los entregó diciendo que no quería nada más. Le insistí y al final, para callarme, me dijo que bueno, que algo sorpresa que quisieran los Reyes.

Contrariado, le conté todo a mi marido, y decidimos que precisamente por su falta de ambición le premiaríamos pidiéndole a los Reyes el videojuego que desde hace años tienen casi todos sus compañeros y que jamás nos ha pedido.

Es cierto que esta mañana, al abrirlo, le ha dado mucha alegría, porque podrá jugar en línea con sus amigos (y a nosotros eso nos alivia por si se diera un segundo confinamiento), pero Martín aún nos guardaba una lección, que recordaremos siempre de esta aventura llamada Reyes Magos: la mayor ilusión ha sido descubrir que unas manualidades que había hecho representando a los Reyes habían sido movidas por Sus Majestades. «¿Y sabes lo que eso significa, papá?» «Significa que ellos lo han tocado y entonces podemos oler el olor de los Reyes». Ha inhalado cada figura profundamente y con satisfacción ha identificado -o creído identificar- distintos aromas en cada una. Esa cara. Esos ojos. Esa ilusión. Esa y no otra es la magia de la infancia. ¿Cuándo cai en la trampa hegemónica de asociar dinero y felicidad? 3 euros y medio y el olor de los Reyes: no hacía falta más, por mucho que me empeñe. Qué pureza y nobleza ha existido siempre en la infancia de Martín. Qué esencia tan extremadamente bella. Martín crecerá, pero este niño me habrá marcado para siempre porque en él he visto lo mejor del ser humano.

Capítulo 92: Abrazos

Estándar

En los últimos meses, Martín ha incorporado tres frases a su día a día que dicen mucho de lo que ha pasado este año que ahora termina. La primera la pronuncia de vez en cuando acercándose a mí o a su papi: «Necesito un abrazo». La segunda me la dice a mí, cuando, a las seis de la mañana, se viene a nuestra cama: «Papá, ¿por qué no me abrazas?» Y la tercera la grita cuando estamos abrazándole alguno de los dos. «¡Abrazo de familia!».

Analizo. Las tres tienen que ver con abrazos, algo que este año ha estado prohibido en este planeta y a lo que él no era muy dado, pero que dada la limitación, ha comenzado a valorar.

La primera, enunciativa y calmada, se centra en el «yo», en su necesidad, y por eso está formulada en primera persona. Es un ejercicio de honestidad y de saber que tiene libertad absoluta para expresar sus sentimientos. Así que cuando me la dice, me derrito y me fundo en un larguísimo abrazo con su cuerpecito , mientras apoya su cabeza en mi hombro y aprovecho para besarle la coronilla.

La segunda, interrogativa, pasa a la segunda persona. Me pilla dormido y me pide que lo abrace extrañado de que no lo haya hecho ya. Piensa no solo en él, como en la primera, sino también en mí, porque sabe lo mucho que me gusta abrazarle. Convierto mi brazo derecho en su almohada y lo protejo del frío con el izquierdo. Respira plácidamente.

La tercera, exclamativa, es una llamada al tercero -a veces yo, a veces su papi- para que acuda a ese abrazo grupal: ya no piensa solo en él o en él y en uno de sus padres, sino en los tres como unidad. Creo que ya lo he explicado alguna vez, pero este grito de ¡abrazo de familia! es un lema en casa al que estamos obligados a acudir corriendo cuando los otros dos lo pronuncian, dejando rápidamente lo que sea que estuviéramos haciendo.

En definitiva, nos pasamos el día y la noche queriendo abrazarnos y abrazándonos. La novedad es que ya es él el que lo busca con frecuencia y yo no sé si será una consecuencia de esta pandemia, en un año en el que no ha podido tener contacto físico más que con nosotros. La vacuna del Coronavirus llegó ayer a España y esperamos ansiosos a ser vacunados, a que llegue nuestro turno. Mientras tanto, seguimos marcando distancias con amigos y familiares, pero concentramos todo el amor que les tenemos en los abrazos dentro de la seguridad de casa. Los problemas siempre son oportunidades, y en esta ocasión hemos aprendido la importancia del amor de la piel para ser felices.

Capítulo 91: Nueva normalidad

Estándar

El confinamiento fue finalmente mucho más largo de lo esperado. Pasados 44 días, se permitió que los niños salieran una hora al día. Martín ya no quería y tuve que obligarlo. También era mi única opción para dar un paseo, y mi marido y yo nos alternábamos para acompañarlo. Los paseos no le gustaban mucho, «porque no veo a niños, papá». Así que tuvimos que esperar un par de meses más para empezar a ver a niños, sin tocarlos y siempre con mascarilla.

Luego llegó la «nueva normalidad», ya en julio, y pudimos hacer realidad su sueño: visitar su provincia de nacimiento. Fue precioso ver cómo todo lo de allí le gustaba y desde que pasamos la señal de tráfico que indicaba el cambio de provincia decía: «es muy bonito, ¿verdad?» Y a todo el mundo le decía que él era de allí. El resto del verano ha sido tranquilo: hemos visto bastante a los tres abuelos, con todas las precauciones, y hemos podido relajarnos un poco en la playa de toda la tensión acumulada con la pandemia. ¡Hasta nos hemos montado en una barca de hidropedales!

En septiembre llegó el momento más esperado: reencontrarse con sus compañeros de cole y con sus clases. La emoción hizo que no le pesara tanto el no poder relacionarse con amigos de otros grupos, ya que solo le está permitido estar cerca de los del suyo. Siempre con su mascarilla -me produce una admiración tremenda cómo es capaz de acatar esta norma a rajatabla y sin quejarse durante tantas horas-, deja que se le vea su eterna sonrisa en los ojos. Por cierto, sonrisa ya alineada perfectamente durante el confinamiento.

Y aquí estamos, ya en noviembre, y con muchas papeletas para que nos vuelvan a confinar, o al menos para que las medidas se hagan más duras (tenemos toque de queda a las 23 horas y prohibición de salir de nuestra localidad).

…Y esperando la ansiada vacuna, con bastante miedo por todos los nuestros y por nosotros mismos, pero disfrutando cada día juntos. El bichito crece, y esta experiencia le marcará, como a toda su generación, para siempre. Serán «los niños del Coronavirus» y harán reportajes con ellos dentro de 50 años. Les preguntarán cómo fue y cómo lo afrontaron, pero quizá entonces no digan, porque el tiempo dulcificará los recuerdos, que fueron -son- unos valientes. Les han robado un trozo de infancia, que ya no volverá, pero a cambio esta situación surrealista y apocalíptica les ha hecho más fuertes. Martín, en este tiempo has crecido más de lo que crees. Pero más ha crecido mi amor por ti.

Capítulo 90: De valientes y coronavirus

Estándar

Llevamos 17 días confinados por la propagación mundial de un virus. Sabemos que este encierro durará aún bastante y jamás pensamos que fuéramos a vivir esta asfixiante experiencia. Desde el primer día, Martín se lo ha tomado con calma y acatamiento de las normas. Mantenemos la rutina del estudio: por las mañanas yo trabajo desde mi ordenador con mis alumnos y Martín se coloca a mi lado para hacer sus tareas; le voy ayudando e indicando las tareas que debe hacer, pues se las mandan en bloque semanalmente. A media mañana hace un descanso para jugar. Por la tarde intento que haga algo más, sin presionarle mucho. Creo que ya está aprendiendo demasiado con esto que está viviendo como para martirizarlo con más aprendizajes (lo mismo pienso para mis alumnos, con los que repaso y hago solo pequeños avances). Estos días los recordaremos toda la vida. Seguramente muchos de nuestros niños den un salto madurativo al vivir esto.

Ya sabéis que uno de los aspectos del colegio que considero más importante para Martín es el de su papel socializador; desgraciadamente, eso no nos lo pueden mandar en bloque semanalmente. El pequeño pasa un día tras otro sin ver a ningún niño y, sin embargo, ni un lamento ha salido de su boca al respecto. Su única preocupación verbalizada ha sido la escasez de mayonesa, ya resuelta. Su único sueño desvelado, el de tener un patio, o al menos una terraza. Está cariñoso, juguetón, curioso… pero yo lo miro pasando horas con sus muñecos en su cuarto e imagino la angustia de no haber salido en tantos días (yo he salido a la calle a comprar dos veces, lo más rápido que he podido, y Agus ha sacado la basura tres veces, pero ya es algo). Confieso que le he tentado un par de veces a bajar cinco minutos al garaje, que es amplio, por si quiere dar un carrerón desfogador. Pero las dos veces me ha dicho que no, que no es necesario, que está bien en casa. Ese aplomo, ese control y esa forma tan madura y tranquila de comportarse me han obligado a hacer algo que todos los padres hemos hecho: leer su diario: «estamos encerrados por una nueva enfermedad que se llama coronavirus y no podemos ir fuera de casa, y yo estoy nervioso«. No son valientes los que no tienen miedo, esos son temerarios. Son valientes los que reconocen su miedo y se enfrentan a él. Son valientes los sanitarios, los policías, los trabajadores de las tiendas y todos aquellos que libran esta lucha en la calle. Pero también estos niños que libran la lucha en sus cabecitas. Le hemos hecho hablar de sus sentimientos y sí, está nervioso por lo que está pasando y preocupado por no ver a la familia y amigos durante tanto tiempo, pero ha decidido que la mejor manera de pasar estos días es trabajando, sonriendo, jugando y viendo pelis de los ochenta. Es un campeón, un valiente. Siempre lo ha sido. Y siempre lo será.

Capítulo 89: Camino a un nuevo año

Estándar


Como viene siendo costumbre, cierro el año con otra entrada en mi blog para poneros al día del crecimiento de esta felicidad llamada Martín. El pequeño anda entusiasmado porque entra un año nuevo y va a cumplir ya nueve añazos. Cómo pasa el tiempo. Sigue siendo un niño dulce, bueno y de maravilloso humor. Aún no se ha enfadado nunca. Aún no ha tenido un capricho ni una leve morisqueta. Hoy hemos salido a dar una vuelta tras unas griposas vacaciones de Navidad que nos han mantenido encerrados (aún renqueamos un poco). En un descanso en el centro comercial, se ha puesto a jugar con los muñecos que nos representan y se le han unido un niño y una niña. Como estaban cerca, he podido oír sus diálogos y ha sido precioso cómo hablaba de su papá y de su papi y cómo resolvía con desparpajo las dudas y extrañezas que los nuevos amigos le planteaban. Sin duda, es un niño empoderado y orgulloso que tiene su realidad muy clara, una realidad que le hace muy feliz.

En lo académico, aunque es aplicado y le encanta el cole, se avecinan curvas, porque tercero de primaria es un curso exigente y la logopedia no le deja tanto tiempo para estudiar como a sus compañeros. Mi miedo es que tanto esfuerzo se convierta en frustración si no se traduce en buenos resultados, y que esa frustración le lleve a bajar el nivel de esfuerzo.

En sus aficiones, sigue enganchado a Google Maps. Navega con soltura por los mapas y aprende caminos cercanos y lejanos. A veces me sorprende, cuando voy conduciendo, diciéndome que por esa carretera que acabamos de pasar se va a tal pueblo, sin que hayamos ido nunca. A veces me lo encuentro callejeando por París o por Tokio.

Martín, tienes las cosas muy claras, al menos la más importante: sabes quién eres. Por eso, con tu manera de ser, abierta y positiva; con los estudios que desees completar y con tu talante emprendedor, encontrarás siempre tu camino. Con o sin Goggle Maps. Feliz 2020, mi niño.

Capítulo 88: Vacaciones

Estándar

Martín se puso el segundo implante y poco a poco, como le decimos nosotros, «el oído se está despertando» (con mucha logopedia de por medio, claro). Ya pide ambos. O mejor, consideré que ya es hora de que sea autónomo y se lo pueda quitar y poner él solo si es necesario, así que le enseñé. Ahora se levanta temprano, se los coloca y juega o ve la tele sin despertar a nadie.

Estamos finalizando las vacaciones y sigue siendo el niño de la eterna sonrisa. Está especialmente contento porque vuelvo a mi labor docente, porque voy a estar, según repite, «más tiempo conmigo, por las tardes y los fines de semana». Da gusto estar con él. A veces habla en demasía, paradojas de la vida, pero contagia su energía, su optimismo y su fuerza, cualidades en las que todos flaqueamos a veces.

Continúa sin enfadarse jamás, aunque no comprende por qué en Polonia tenía que ir a ratos con papá y a ratos con papi, pero nunca de la mano de los dos a la vez. «No les gustan los papás y los papis», le habíamos explicado. «¿Son todos de Vox?» dedujo él.

Harry Potter sigue siendo lo más y se pasa el día regateándonos cuándo podrá ver la siguiente (se las vamos secuenciando por años, para que las entienda) . En Londres visitamos todo lo que pudimos de ese universo y disfrutó muchísimo. Nos llamó mucho la atención que todos los días nos dijera: «Gracias, Papá; gracias, Papi, por el viaje». «Martín, es el viaje de la familia; no tienes que darnos las gracias». No importaba: al día siguiente lo volvía a decir. Supongo que habrá notado que el viaje estaba milimétricamente diseñado para él. En todo el viaje no ha pedido nada. Lo más cercano fue en la juguetería más grande de Londres cuando dijo: » yo nunca he tenido uno de estos». Era el día que cumplíamos ocho años juntos, así que le dijimos que eligiera lo que quisiera de la tienda para celebrarlo. Por mucho que le insistimos en que cogiera algo más grande, se quedó con un set de muñequitos de siete libras.

Es un niño bueno y atento, lo merece todo y lo valora. O lo merece porque lo valora.

IMG_20190725_230256_124

Ahora, de vacaciones, con mucha frecuencia nos damos el «abrazo de familia», arrebato en forma de grito que puede surgir de cualquiera de los tres para fundirnos en un abrazo, y con el que estamos cogiendo fuerza para el nuevo curso.

Martín es la vida. Martín es mi vida.